Article d'Enric Juliana publicat avui a La Vanguardia.
Hay vida en Madrid más allá de la esfera futbolística, hinchada estos días a más no poder por el entusiasmo genuino de la gente y por grandes intereses comerciales. Escribámoslo claro para ir entrando en materia. De una manera rotunda, a la castellana manera. La Nación española está hoy en venta. Está en almoneda: venta pública de bienes, con licitación y puja. Con mucho ahínco, se la disputan en Madrid tres o cuatro corporaciones mediáticas, ansiosas de captar un público fiel y cohesionado ante la larga crisis que nos espera. La acuñación de la roja como nueva marca de la españolidad deportiva y el lanzamiento a gran escala de un manifiesto en defensa de la lengua castellana no han coincidido por casualidad. Son anticipaciones de una nueva fase del comercio de las ideas y los sentimientos en España. Una pugna que será dura, entretenida y con muchas y variadas escaramuzas. Una batalla política, por supuesto.
Contemplado con el punto de frialdad que se merecen todas las fiebres patrióticas - las fiebres, las hipérboles y las teatralizaciones-, el fenómeno resulta fascinante y hasta cierto punto esperanzador. Que los deseos de posesión y explotación de la sentimentalidad española hayan sido transferidos, sin riesgo de vuelta atrás, de los cuarteles militares a los departamentos de marketing, constituye un avance de la civilización, que nos ilustra de algunas de las ventajas de la actual confusión europea. Ese momento tan de nuestros días en el que las naciones viven sin vivir en sí. Son y no son en el interior del vasto magma imperial al que Bruselas no consigue dar forma. Ni sentido.
Hay días, como hoy, en los que la Nación grita con furia ¡ey, estoy aquí!, pero sus atributos más trágicos, y por consiguiente más poderosos, se hallan agostados en Europa. La Nación ya no puede enviarnos a la guerra, ni empobrecernos con una devaluación mal calculada. Esas decisiones ya no le pertenecen.
Perdida la posibilidad de arruinar vidas y haciendas, concentra ahora todas sus energías en el alma humana. La Nación es hoy una manera, aparentemente inapelable, de organizar los sentimientos.
"Es brutal la energía que te transmite la masa", declaraba ayer en el diario El País Àngels Barceló, animadora del plató futbolero instalado en la plaza Colón de Madrid. "La energía de la masa". Barceló debe de haber leído a Elias Canetti: "En todas partes, el hombre elude el contacto con lo extraño" (Masa y poder).
Pero hay vida en Madrid más allá de la espectacular puja nacional. Cerca de la plaza España, tan horrenda como siempre, está la librería El Gatopardo, que adopta la forma de un pequeño salón de lectura. Es una esfera minúscula, elegante y acogedora. Un buen refugio donde meditar sobre lo que puede que esté cambiando para que nada - o todo- cambie. Dispuestos aquí y allá con amable descuido, los libros parecen tomar la palabra.
En un rincón, levanta la mano la reeditada Historia del anticlericalismo español,de Julio Caro Baroja, con prólogo de Jon Juaristi, de muy recomendable lectura estos días previos al XXXVII congreso federal del PSOE. También vienen ganas de degustar la intrépida frescura de la Historia general de los piratas,de Daniel Defoe, sobre todo por la sugerente actualidad del título. Y hay que prestar atención, mucha atención, a La dejación de España, de la socióloga Helena Béjar, ensayo del que bastante gente habla en Madrid como aproximación lúcida a la nación que vive sin vivir RICART en sí. Béjar se pregunta por qué lo español ha estado tanto tiempo asociado a franquista, facha, españolazo, centralista y autoritario, y aboga por un nuevo nacionalismo (español) integrador. Concluye: "Sólo el reconocimiento de pertenencia, también el español, puede llevar a aceptar la libertad y la diversidad nacional".
Parece que hay vida inteligente más allá de la almoneda. Veremos.